Día 29 de Noviembre. Valencia. España.
Oscar no había podido dormir en esos dos días que llevaba allí metido. La angustia lo atenazaba por dentro. Desde pequeño, siempre había tenido miedo al fin del mundo y todas esas “Tonterías catastrofistas” como decía su madre. A él le aterraba la idea de que el equilibrio de su circulo familiar se viese amenazado por algo superior a él, como un tornado, una inundación, un terremoto. Le aterraba la idea de tener que dejar su casa o perder a sus padres para siempre. Le aterraba un cambio tan brusco y radical en su vida. Más tarde se alistó en el ejército para ayudar económicamente a su familia. Pero en el fondo, Oscar lo que más le interesaba era superar sus miedos. Ser una persona totalmente libre emocionalmente y para ello, sabía que debía vencer todos sus miedos y vaya que si los venció. La instrucción fue muy dura pero cada noche cuando se acostaba en aquella fría litera del cuartel, sentía que había hecho algo productivo. Sentía que se estaba cambiando a si mismo y eso era algo que le reconfortaba muchísimo. Sus miedos desaparecieron rápida y gradualmente, dejando a su paso una sensación de autosuficiencia y seguridad muy agradables.
Ahora en aquel comedor mugriento, con olor a comida podrida y sangre seca, no le preocupaba si estaba solo o si se encontraba en una situación delicada. Lo que realmente le preocupaba, era si su núcleo familiar había sido destruido para siempre. Eso era lo que le angustiaba, encontrarse solo sin tener un lugar o alguien con quien regresar.
Volvió a recordar aquel día como llevaba haciendo dos noches atrás. No sabía muy bien porque lo hacía. Seguramente, trataba de darse seguridad a si mismo de que su novia y su suegro estarían bien tras dejarlos atrás aquel día. Repasaba una y otra vez la escena, para auto-convencerse, de que todo saldría bien.
>>El “Día Zero” se encontraba en una de las carpas de salvamente que se extendían por toda la ciudad, además de todo el país, para socorrer a los heridos frente al ataque de las ratas. Había pasado una semana y la gente ya volvía a sus casas con normalidad. Únicamente se acercaban a los puestos de salvamento para recibir las curas diarias o conseguir vendajes y medicamentos. Oscar se encargaba de conducir uno de los muchos camiones de suministros. A diario se encargaba de transportar una gran variedad de útiles desde la base hasta las carpas. Mientras conducía de camino a la base para pasar revisión y hacer inventario de los recursos transportados aquella jornada, la radio comenzó a emitir un inquietante mensaje.
-¡¡Se han vuelto todos locos, solicito refuerzos!! –Apenas había protocolo o códigos de comunicación. La voz de aquel hombre sonaba desesperada, perdiendo las formas a cada palabra.
-Aquí campamento nº 23 a todas las unidades. Hay un agente herido y varias bajas. Solicitamos apoyo militar. ¡Se lo están comiendo vivo! ¡¿Pero que cojones pasa aquí?! Aquí campamento n23 a… ¡No de un paso más! ¡Manténgase dentro del cordón de seguridad!..–De fondo se escuchaba toda una jauría de gritos y disparos. Parecía que habían empezado las fallas antes de tiempo en Valencia. -¡Atrás, Atraaas! –La comunicación se corto con un espantoso sonido de disparo.
>>Oscar fue contagiado del histerismo que transmitían aquellas voces. La radio no dejaba de sonar. Primero sintió algo de curiosidad por saber que estaba pasando. Pero luego comprobó horrorizado que la gran mayoría de los campamentos de salvamento que estaban en Valencia estaban solicitando refuerzos. Había un dramatismo crudo en el ambiente mientras escuchaba los relatos de aquellas personas e incluso de compañeros. Algo realmente inquietante. ¿Mordiscos, locos comiéndose a personas? Sonaba a película de terror y lo peor de todo es que no podía tratarse de una broma.
>>El último mensaje que escuchó provenía del campamento que estaba a unas manzanas de la tienda donde Olga, su prometida, y su padre Pepe trabajaban. Después escucho órdenes desde la base donde trabajaba, donde se advertía de una retirada inmediata de todas las unidades movilizadas para el salvamento. Quien no estuviese en menos de dos horas en la base sería considerado enemigo y abrirían fuego contra él. Oscar se estremeció. Nunca había recibido una orden semejante. Sonaba incluso incoherente. Si precisamente estaban pidiendo refuerzos, ¿Cómo se iban a retirar todos?
>>Algo en la carretera desierta lo sacó de sus pensamientos. Un hombre estaba inmóvil justo delante de su camión. Estaba demasiado cerca para frenar y el parabrisas quedo salpicado de vísceras y sangre. El chirrido de los neumáticos fue ensordecedor y punto estuvo de perder el control del camión.
-¡Mierda, mierda, mierda! –El sudor empapó su frente y bajó a toda prisa para ver que había pasado. -¿Pero estamos locos o que? Joder… ¡La he cagado joder!- Dijo mientras daba un portazo y corría hacia donde estaba el fardo que había atropellado. El cuerpo de aquel hombre había quedado totalmente destrozado. Todo empezó a darle vueltas a Oscar. Había sido entrenado para soportar cualquier cosa. Tenía un estomago de acero. Pero nunca había matado a un hombre. Nunca había visto un cadáver a pesar de estar en el ejército.
>>No supo como reaccionar. Salió corriendo de allí. Nadie lo había visto y si limpiaba la sangre del camión, nadie podría relacionarlo con la muerte. Mientras corría hacia el camión, tubo que parar un momento para arrojar. Los nervios se lo estaban comiendo por dentro. Volvió a girarse para ver el cadáver y vio a dos hombres más que lo observaban de cerca. Ni siquiera se preguntó de donde habían aparecido. Únicamente sintió todo el peso de la ley sobre su cabeza. Si aquellas personas lo habían visto, que era casi seguro, iría a la cárcel. Lo denunciarían. De modo que no podía dejar las cosas como estaban y huir con su camión. Debía prestar socorro para que al menos pareciese un accidente.
>>Volvió a acercarse donde se encontraba el cadáver.
-No se preocupen, pediré ayuda enseguida. Soy del ejercito. –Que tontería acababa de decir, se dijo a si mismo. ¿Cómo no iban a reconocer que era un militar si vestía con el uniforme? -¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ha quedado quieto en mitad de la carretera? –Era lo más lógico. Guerra preventiva. Si alegaba que la victima se había lanzado contra el camión, tendría una posibilidad. Lo mejor era aparentar profesionalidad.
>>Oscar continuó acercándose. Ya tenía todo controlado en su cabeza. Había sido un accidente. Se convenció a si mismo. Esas dos personas estaban más alteradas que él, puesto que ni siquiera contestaban. Se limitaban a mirarlo. Apenas podían articular palabra se dijo a si mismo. Sus miradas estaban llenas de temor. Un temor casi salvaje. Cuando apenas faltaban unos veinte metros para llegar de nuevo al lugar del accidente. Los dos hombres arrancaron a correr hacia su dirección.
-Tranquilos, avisaré por radio y vendrá un equipo de salvamento. ¿Ustedes están bien? –Alzó los brazos para tranquilizarlos, pero ninguno de los dos emitió palabra alguna. Continuaron corriendo hacia él. Oscar se fijo en su modo de correr. Parecía que huían de algo. Iban demasiado deprisa para querer acercarse hasta el militar a pedir socorro. Ahora que los veía más de cerca, aquellos hombres no parecían normales. Quizá se habían escapado de algún psiquiátrico los tres y por eso aquel loco se había quedado quieto frente al camión.
>>Algo puso sobre aviso a Oscar. ¿Y si querían reprender contra él por haber atropellado a su amigo? La ciudad estaba toda en el caos y quizá estos hombres también estarían nerviosos por algo. Estaban muy cerca y fue entonces cuando vio que sus rostros estaban teñidos de sangre. Sus ojos no mostraban miedo o cólera. ¡Estaban ausentes de toda humanidad! Se podía sentir que únicamente querían hacerle daño.
>>El primero se abalanzó contra Oscar sin que pudiese reaccionar. El hombre gritaba histéricamente y esto le hizo pensar a Oscar que quizá había atropellado al hijo de este y por eso estaba así. No había que perder los pocos nervios que le quedaban. Se zafó de su agarre y lo tiró al suelo. El otro trató de lanzarle un golpe amorfo. Como si quisiera arañarle.
-Tranquilícense por favor. Todo saldrá bien. –Dijo tratando de alejarse un poco y ganar distancia. Pero no contestaron. Volvieron a la carga a por él. Querían despedazarlo. Estaban muy enfadados. -¡Por el amor de Dios, ha sido un accidente maldita sea! –Dijo mientras corría en círculos para evitar que le atacasen. La ausencia de dialogo fue lo que puso nervioso de verdad a Oscar. Aquellos hombres estaban convencidos en matarle por lo que había hecho. No había palabra que mediar con él. Fue entonces cuando recordó los avisos por radio.
“Están todos locos… Se están comiendo a un policía”