lunes, 9 de julio de 2012

El secreto (I)

-Pensaba que nunca volvería a verte. ¿Donde has estado estos tres días? –Preguntó como quien recrimina a su marido por volver de fiesta borracho.

Oscar contó su historia con pelos y señales. Añadía también la parte en que mataba a un puñado de críos a sangre fría para sobrevivir, pues había decidido no ocultarle nunca nada más a su novia. Se sentía tan feliz, tan eufórico. Era una sensación que no podía describir. La sensación de llegar al hogar, el dulce hogar. Oscar sabía que su hogar, estaría allí donde estuviese Olga.

Pero el motivo por el cual, aquel hombre asiático se encontraba junto a Olga, todavía estaba sin resolver. Aquel hombre lo observaba y algo en su mirada le inspiraba un profundo respeto, pero Oscar no sabía explicar muy bien cual era el motivo. Escuchó toda la historia de Oscar en silencio, solemne. Sin preguntar nada, sin juzgarlo. Olga, para descanso de su novio, tampoco lo había juzgado cuando le contó que había matado a niños. Al contrario, se alegró de que no se dejase llevar por ningún código ético y sobreviviese al precio que fuese para volver a encontrarse con el.

-¿Dónde está Pepe? –Preguntó Oscar entonces, cuando hubo terminado de exponer su historia.

Un silencio incomodo se adueñó del lugar y no hicieron falta las palabras. Abrazó a su novia y esta rompió a llorar.

-Me ha dejado Oscar, mi padre se ha ido para siempre. Ellos se lo llevaron. –Dijo sollozando. –Esos malditos cerdos lo mataron sin piedad. -No pudo seguir hablando. Las imágenes se abotargaban en su mente, atormentándola.

-¿Qué pasó cuando nos separamos? –Preguntó su novio.

-Llegamos a casa sin que nadie nos persiguiese. Pero justo cuando llegamos al sexto piso… -Hizo una pausa para recobrar fuerzas. –Yo iba primero y no me dí cuenta. Solo escuché una puerta que se abría tras de mi, mientras subía las escaleras. Cuando me giré mi padre ya no estaba. La puerta estaba entre abierta pero no se veía nada. –Comenzó a sollozar. -Todo estaba oscuro. Lo único que escuché fue como si alguien manipulase una substancia viscosa. Después un grito de algo que no era humano. Me asusté y tuve miedo. –Volvió a romper a llorar desconsoladamente. Oscar la abrazó para consolarla, pero no había consuelo para Olga. Completamente deshecha en lágrimas gritó. – ¡Lo abandoné, Oscar! ¡Le dejé solo mientras se lo comían! Solo pude correr para refugiarme en casa antes de que me comieran a mí también. ¡Lo abandoné cuando más me necesitaba mi padre!

No pudo seguir hablando. Su estado de nervios era ya demasiado grande y Oscar no quería presionarla para que siguiera rememorando aquella pesadilla.

-Eh… No debes sentirte culpable cariño. Tu padre no hubiese querido que te pasara nada malo. Él se sacrificó por ti. Tú no hiciste nada malo. Hiciste lo que debías hacer. –Dijo, tratando de consolarla. Pero Olga no paraba de negar una y otra vez con la cabeza, empapada en lágrimas.

Oscar sufría al saber todo lo que había tenido que pasar su novia. Sufría por su suegro Pepe, al que había tenido mucho cariño. Sufría porque hace unos días no sabía que sería la última vez que se verían las caras. Ahora Pepe ya no estaba. Era estremecedor pensar en eso. El mundo estaba loco. Un día estas como siempre y al día siguiente desapareces. Pensó.

Pero la historia todavía le cuadraba menos cuando pensaba qué narices pintaba un chino en todo este asunto. ¿Cómo había llegado hasta la casa de su novia? Entonces vio que aquel hombre, estaba sentado justo al lado de un bulto en el suelo. Era una persona y parecía profundamente dormida. Oscar agudizó la vista y vio que sus rasgos también eran asiáticos y parecía más joven que el hombre que custodiaba su descanso. No pudo soportar la duda. Sabía que no era el momento y que Olga necesitaba consuelo y no más preguntas y recuerdos. Pero quizá cambiar de tema le ayudaría algo.

-Perdona que te lo pregunte así. Ya sé que no es el momento pero… ¿Quiénes son esos dos? ¿Por qué está durmiendo ese joven? ¿Está enfermo? ¿No será uno de “ellos”, verdad? –Las preguntas fueron casi escupidas. Sin pensar. La duda era demasiado grande y demasiado incoherente. Dos chinos en la casa de su novia. Peor aun, su novia atrapada en su casa con dos chinos.

Las sospechas o dudas fueron disueltas por la risa de Olga. Su novio se sintió profundamente orgulloso de ella. Estaba claro que Olga no dejaría de luchar contra sus emociones. Luchaba contra ella misma, contra el dolor, contra el miedo al cambio que la atenazaba por dentro. Su risa era un pequeño triunfo. Su figura difuminada por la oscura habitación, con el semblante envuelto en lágrimas y tratando de reír y sobre ponerse, hicieron que el amor hacia Olga, se desbordase dentro del pecho de Oscar.

-Ellos son nuestros vecinos de al lado. La culpa es mía por no presentaros. –Volvió a reír mientras se secaba las lágrimas, haciendo acopio de fuerzas por sobreponerse y no preocupar a su novio. –Anda que no eres bruto ni nada. Preguntarlo así tan bruscamente. Él es Saito y el que está tumbado… -Olga volvió a cambiar de humor. –Es su hijo… -Dijo con la voz entrecortada, apunto de vencer la batalla contra el llanto.
Oscar, que no acababa de entender por qué a Olga le cambiaba tan rápidamente el humor, se levantó y fue a estrecharle la mano a Saito. Este con un gesto solemne y esbozando lo que parecía una sonrisa, le estrechó la mano a la vez que agachaba la cabeza repetidas veces como reverencia.

-Perdón por mi falta de tacto. No sabía que pensar… je… je… -Dijo Oscar tratando de disculparse y evocar un “buen rollito”. Saito simplemente le sonrió y volvió a inclinar la cabeza. –Mucho gusto Saíto. Gracias por cuidar de mi novia. No sé como agradecérselo.
           
-No hay nada que agradecer. Soy yo el que está en deuda con ustedes. De no ser por su novia, ahora mi hijo estaría muerto. –Dijo este con una mascara de sonrisa por careta, mientras en la habitación solo se escuchaban los sollozos de Olga.

-¿Cómo? ¿Qué pasó Olga? Hay algo que no me has contado. ¿Qué le pasa a su hijo?

Olga parecía sobreponerse del llanto. Se notaba que intentaba sacar fuerzas por ser fuerte. Por no llorar como una cría por todo lo que le estaba pasando. El recuerdo de aquel día era casi tan doloroso como el recuerdo del día anterior, donde abandonó a su padre.
-Yo no le salvé la vida… Estuve… Estuve a punto de matarlo. Pensaba que era uno de ellos. Todavía recuerdo como saltaban desde los balcones para atraparnos en nuestra huida con el coche. Tu mismo los viste Oscar. –Dijo mirando a su novio, tratando de encontrar aprobación en su mirada.- Después de perder a mi padre, perdí toda noción de tiempo. Me encontraba sola completamente. Con un rifle que mi padre me había dado en el coche antes de subir a casa. No sabía si el edificio estaba lleno de aquellos seres o si vendrían a por mí. Dormía y lloraba. Lloraba y dormía. Entonces apareció ese pobre chico en mi balcón y me dije “ya están aquí. “ Cuando quise darme cuenta, ya había disparado casi sin mirar. Entonces oí una voz humana. La de este señor. –Dijo señalando a Saito. –“No disparéis, no estamos infectados” decía una y otra vez. Yo no entendía muy bien que significaba, pero enseguida me di cuenta de que eran personas. Que no estaba sola al fin y al cabo. –Su rostro pareció relajarse y desvió su mirada hacia la persona que yacía tumbada en la habitación. -Y hasta entonces no he podido hacer otra cosa que tratar de salvarle la vida a este muchacho. Y dar las gracias por tener compañía, aunque ojalá hubiese sido en otras circunstancias.

-¿Pero es grave? –Preguntó Oscar, cuando terminó de escuchar todo lo que su novia le decía.

-Por suerte, solo le alcancé en un hombro. Ni siquiera tiene el hueso roto. Es milagroso. La bala entró y salió limpiamente. Pero ha perdido mucha sangre y todavía sigue inconsciente. No tenemos goteros, ni forma alguna para darle de comer y que se recupere. Solo podemos esperar que se despierte pronto y pueda ingerir algún alimento. De lo contrario significará que a caído en coma y sin las herramientas necesarias, poco podemos hacer por él. –Sus ojos volvieron a humedecerse. Pero hizo una mueca extraña y consiguió tragarse la pena. –Ojala se recupere pronto. No me lo perdonaría si al final muere por mi culpa.

-Fue un accidente totalmente comprensible. Usted estaba sola y asustada. Lo ha cuidado lo mejor que ha podido, señorita Olga. Eso es suficiente. No puede hacer más por muy triste que usted se ponga. –Dijo Saito mirando a su hijo. –Es fuerte. Lo sé. Siempre lo ha sido. Se recuperará pronto, ya lo verá.

Las palabras de Saito eran un bálsamo para Olga, quien había desarrollado un profundo respeto por éste.

-Eso espero, señor Saito… Eso espero. ¡Y deje de llamarme “señorita”! ¿Cuántas veces se lo tengo que repetir? Puede llamarme Olga a secas. –Saito asintió con la cabeza con una sonrisa.

-Lo que usted diga, señorita Olga. A. Secas. –Dijo Saito con una reverencia. Para ser asiático, no parecía tener apenas acento extranjero. Su español era perfecto y su pronunciación, exquisita.

Olga se echó a reír y Oscar también. Aquel hombre no parecía albergar maldad alguna y se sintió tranquilo de que alguien así, tan respetable, encontrase a Olga y se quedase a su lado como compañía. “Lástima que se hayan conocido de esta forma”- Se dijo a si mismo.

-Todos los días me dice lo mismo y yo siempre me hecho a reír como una estúpida. El señor Saito ha sido muy amable conmigo. –Le dijo a su novio. –Y además es muy valiente. Se atrevió a bajar solo hasta la carpa de salvamente que hay justo aquí abajo, para coger medicamentos para su hijo. Y además me trajo un bote de ansiolíticos, ¡Imagínate como me vio de nerviosa! –Se echó a reir de nuevo. El ambiente parecía volverse agradable y ameno cuando Saito había intervenido en la conversación. Todas las penas se disiparon. Cuando aquel hombre abrió la boca, las penas y los sufrimientos, parecían carecer de valor.

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