lunes, 25 de junio de 2012

Encuentro (II)

*                     *                      *



Quizá los niños estaban dentro de la guardaría esperándolo, acechándolo. Pensó para sus adentros. Pero no se dejaría llevar por el pánico y salió inmediatamente de la casa. El espacio abierto de lo que parecía ser el recreo era más seguro que estar encerrado en la casa. Miró a derecha e izquierda, pero no vio nada. Ni siquiera el cuerpo del niño que había matado de un disparo, tres días atrás. Solo quedaba un rastro de sangre, pero alguien o algo, había retirado el cuerpo. Su piel empezaba a transpirar mientras avanzaba cautelosamente hasta la verja.

Un murmullo a su espalda le sobresaltó y apuntó nerviosamente con el rifle. Había un niño sentado en un tobogán de colores que lo observaba casi fascinado. Sus ojos estaban inyectados en sangre, haciendo que sus pupilas pareciesen rojas. La mirada de aquel niño parecía hipnotizarlo y ambos se observaron durante unos segundos, antes de que Oscar sintiera una presencia tras de él.

 Allí había más de veinte infantes observándolo con mirada felina, acercándose despacio, casi con adoración. Sus quejidos eran extraños y Oscar no quiso comprobar de nuevo, hasta donde llegaba la crueldad de aquellas criaturas. Abrió fuego contra el grupo de niños, destrozando el silencio hipnótico que allí reinaba. Unos cuantos trataron de abalanzarse sobre él, gritando de manera estridente, pero Oscar parecía tener pegado el dedo al gatillo. La fuerza de retroceso le estaba destrozando el hombro pero no le importaba, pues estaba resuelto a acabar con todos si hacía falta para salir de allí. El niño que quedaba a su espalda, lo embistió por detrás, pillándolo totalmente desprevenido. 

Estuvo a punto de caer en unos instantes que parecían dilatarse en su mente. Si caía al suelo estaba perdido. Sería devorado por unos mocosos endiablados. Por suerte y tras unos cuantos traspiés, logró ponerse en pie y correr en dirección a la brecha que había abierto en al formación de los niños, aprovechando el impulso de la embestida. Consiguió que no lo atrapasen, rodeó la casa en un Sprint desesperado y subió como un gato la verja, viendo como los niños ya estaban justo debajo de él, saltando y alzando sus pequeñas manos al cielo para atraparlo. Saltó a la otra parte y observó con cierto descanso como los niños quedaban encerrados en el recreo de la guardería, dejando de representar una amenaza para él.

El corazón latía con fuerza dentro de su pecho, pero una sensación de triunfo le inundó por completo. Había conseguido salir de su prisión y solamente una gran avenida lo separaba de su amada Olga y de su hogar. Oteó el horizonte, comprobando gratamente que el grupo de monstruos que se agrupaban en el parque hace tres días, se había disuelto hasta dejar vacío por completo el lugar.


*                     *                      *

Robert se dio un banquete digno de reyes que incluso le hizo tener nauseas. Comió tan deprisa que su estomago se quejaba al mismo tiempo que lo agradecía. Los minutos pasaron agradablemente sin que nadie lo molestase. Por fin tenía un momento de paz entre tanto caos. Subió los dos pies encima de la mesa donde había comido y se llevó las manos al estómago. Solo le faltaba despertarse de este mal sueño en su cama y volver al trabajo con una anécdota y un sueño extrañísimo que contar a sus compañeros.

Pero todo era real. El aire que respiraba, el hedor impregnado a su piel y su ropa, las agujetas, que con una buena comida entre pecho y espalda no eran tan insoportables y sobre todo aquel hombre con la cara manchada de sangre y el rostro desencajado que lo miraba a través del cristal que daba al exterior del establecimiento.

Robert rompió a sudar en cuanto se dio cuenta de su terrible realidad. Él había comido y ahora aquel ser monstruoso también deseaba hacerlo. El miedo y la soledad con la que se enfrentaba a aquella situación hicieron que se callera de la silla en donde estaba recostado.

Corrió hasta a la cocina y busco algún instrumento para defenderse, mientras escuchaba como el cristal de la puerta se rompía en mil pedazos, dándole a entender que el comensal ya estaba dentro del restaurante. Los gritos eran agónicos y hacían que el corazón de Robert dejase de latir por momentos. Por fin encontró un cuchillo enorme y volvió a quedarse arrinconado como días atrás en una de las esquinas de la cocina más apartadas de la puerta. Los minutos se hicieron eternos y acompasados por su respiración entrecortada, esperando a que aquel monstruo hiciese su entrada triunfal en la cocina.



*                     *                      *


Oscar avanzaba ahora más seguro de si mismo, hacia el parque donde días atrás había estado abarrotado de “Zumbados”. Las calles estaban sucias y llenas de hojas caídas, bolsas de basura y un montón de basura esparcida por el suelo. Se dio cuenta entonces de la gran importancia que tienen los barrenderos  la gente que trabaja por mantener limpias las calles, pues por absurda que pareciese su labor, era mucho más importante de lo que hasta ahora se había planteado en su vida. Su visión sobre el mundo y la humanidad, había cambiado ahora que se había visto tan solo y se daba perfecta cuenta de que cualquier trabajo por insignificante que pareciese, tenía un peso fundamental en la sociedad.

El ansia por encontrar a su novia, lo sacó de aquella nube filosófica que por un instante se había posado sobre su mente. Había llegado a la altura del parque y no pudo reprimir un instinto por salir corriendo y llegar hasta la casa de Pepe para encontrarse por fin con su novia. Ese mismo año, habían estado pensando en la posibilidad de vivir juntos. Oscar tenía ya treinta y cinco años y un empleo fijo. Olga también tenía un buen salaría trabajando de dependiente en la tienda de su padre. Habían estado mirando pisos juntos, soñando donde les gustaría vivir. Oscar le había propuesto incluso irse a vivir a otra ciudad. No le gustaba valencia, pues él se había criado en el norte de España con su familia. Al alistarse en el ejército, lo destinaron a Valencia. Al principio el tubo la esperanza de pedir un traslado cuanto antes, para volver a  su lugar de origen, pero cuando conoció a Olga todo cambió para él.

Sus pensamientos y recuerdos, se rompieron de golpe al pasar por el parque. Sintió escalofríos ante el espeluznante espectáculo que allí se desarrollaba ante su mirada perpleja, pues una infinidad de cuerpos mutilados cubrían todo el lugar. El olor a descomposición era insoportable y las moscas rompían el silencio sepulcral que al parecer se había instalado para siempre en la ciudad. Algunos de los cuerpos todavía seguían con vida a pesar de tener las extremidades totalmente cercenadas. Sus bocas hambrientas temblaban de placer e impotencia al ver a Oscar tan cerca, y a la vez tan lejos. Era un cuadro espeluznantemente horrible. Por lo menos debía de haber más de cincuenta cuerpos. La mayoría de ellos estaban decapitados, amontonados unos encima de otros. Una sangre oscura cubría una gran parte de la arena del parque. Y Oscar pudo ver como algunos cuerpos, tenían seccionados el tronco entero limpiamente.

 ¿Quién coño había tenido los cojones de enfrentarse a tantos de aquellos “Zumbados” con un arma blanca y salir ileso? ¿Qué clase de hombre tenía la suficiente fuerza como para partir a una persona completamente por la mitad como si cortara mantequilla?

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lunes, 18 de junio de 2012

Encuentro (I)

30 de Noviembre.




Ya había amanecido. Robert no sabría explicarlo, pero lo sabía. Era de día. Quizá medio día. Abrió los ojos con cuidado y vio como efectivamente el sol se colaba por uno de los agujeros del contenedor de basura. El hambre lo atenazaba por dentro. La sed era insoportable. Su boca estaba igual de seca que su bolsillo izquierdo. La espalda le dolía horrores por la postura tan incomoda en la que había permanecido durante todo el día y toda la noche en aquel sucio lugar. Sus piernas tampoco tenían intención de darle tregua. Unas agujetas lacerantes lo acuchillaban cada vez que trataba de moverse un poco. Todo el dolor de su cuerpo, junto con el pútrido hedor del contenedor, lo sofocaban. No podía respirar. Le faltaba el aire y se ahogaba allí dentro. Conforme su cuerpo se iba despertando, le era más insoportable permanecer allí quieto aguantando ese repugnante olor a basura y fluidos podridos. Estaba al borde de la muerte y era consciente de ello. La cabeza le ardía. Todo era tan insoportable que cuando quiso darse cuenta, ya estaba fuera del contenedor de basura protector y se esforzaba por respirar. Jadeaba sin descanso, tratando de que el fresco aroma penetrase en sus pulmones y arrancase ese olor tan desagradable que parecía haberse pegado a sus entrañas.

Cuando por fin se repuso un poco, una oleada de terror animal lo trajo de vuelta a la realidad. Estaba fuera del cubo y los monstruos que lo perseguían podrían haberlo visto. Ya no tenía escapatoria. Miró con los ojos saliendo de sus órbitas en todas direcciones, loco de terror. Su pulso se aceleró y no era consciente siquiera de lo que trataba de observar. No había nada. Absolutamente nada. La calle estaba vacía. Desprovista de todo indicio de que antes hubo una civilización. Papeles de periódicos y latas de refrescos, surcaban las calzadas sin ningún coche que los arrastrase fuera. El aire campaba a sus anchas, dotando al paisaje de un ambiente más aterrador si cabe. El sol brillaba a lo alto, pero no parecía consolar el corazón desbocado de Robert, pues incluso su luz era ahora amenazante, salvaje.


*                     *                      *


Oscar despertó más o menos a la misma hora. El dedo que le faltaba en la mano derecha, le dolía penetrantemente como en los días pasados. No se había atrevido a salir fuera y buscar el botiquín, del que seguramente dispondría el centro, para administrarse analgésicos o calmantes contra el dolor. El día en que llegó a aquel lugar, la noche del “Día Zero”, se había practicado los primeros auxilios tal y como le enseñaron durante la instrucción. Recordaba cuando le dijeron que tenía que hacer frente a una herida profunda, de la que no se disponen vendajes ni antisépticos con que atenderla, Y pensaba que nunca en su vida se vería ante una situación semejante, para tener que emplear dicha técnica de supervivencia. Pero ahí estaba él, contra todo pronóstico, teniendo que usar sus escasos conocimientos de supervivencia y primeros auxilios.

Había cogido una bala de su pistola y con el cuchillo había extraído la pólvora del proyectil, rociándose el dedo con ella. Después con un mechero, que casualmente había encontrado en la cocina, inflamó la pólvora creando una luz cegadora, seguida de una nube blanca y asfixiante. El dolor fue horrible, pero funcionó el remedio. La herida dejo de sangrar al instante.

Ahora la quemadura o la herida, no sabía muy bien cual era la causa, le ardía por dentro y hacía que sus nervios vibrasen de dolor. Pero estaba resuelto a salir de allí para encontrarse con Olga y su padre. Lo revisó todo a fondo, pues había estado pensando en como salir de allí durante los tres días que había estado encerrado.

Tenía su M16 con el cargador lleno, la pistola enfundada en el cinturón, había bebido abundante agua puesto que no sabría cuanto tiempo iba a pasar ahí fuera, o si tendría que hacer noche en otro lugar refugiándose de nuevo sin alimentos ni agua. Sabía cual era la ruta a seguir, pues era muy sencilla. Únicamente debía avanzar por la larga avenida que se extendía desde la guardería, pasando por el parque y girar a mano izquierda en cuanto pasase el antiguo cuartel militar, que ahora había sido habilitado como centro escolar. Después pasaría por un horno y el primer portal que encontrase, sería el Nº28. Su destino. Si en algún momento se veía en apuros, debería desviarse de la ruta y volver a esconderse en algún edificio, para volver a pasar dos días más allí dentro hasta que la zona quedase despejada y volver a salir a la calle y avanzar de nuevo hasta casa de su novia. Sí, lo tenía todo controlado. Se levantó de aquel frio suelo que le había estado machacando la espalda durante tres noches seguidas y avanzó hasta la salida de la cocina. Abrió con cuidado la puerta y avanzó por aquel desconocido lugar calculando cada paso que daba. Todo había sucedido tan rápido el día que entró, que no recordaba donde estaba la puerta de salida. Avanzó unos metros y encontró el cuerpo inmóvil de una profesora con la cabeza partida. Al reconocer el cadáver, pudo orientarse y descubrió la puerta de salida justo a su izquierda.

Estaba abierta…
*                     *                      *








Robert deambuló por las calles totalmente aturdido. Necesitaba agua. Tenía la garganta tan reseca que incluso le costaba respirar. No le importaba ser descubierto pues su cuerpo lo arrastraba con las últimas fuerzas que le quedaban, en busca del líquido elemento.

No fue consciente en todo el trayecto, de la suerte que lo acompañaba. Estaba andando totalmente desprotegido y siendo un blanco fácil, pues nada más a parte de él se movía en los alrededores. No había monstruos en todo el barrio. No había nada más que él y su sed. Deambulaba sin rumbo y totalmente agotado pasando por calles que le eran familiares.

En el fondo sabía donde se dirigía. Era el único sitio donde encontraría algo que le calmase la sed. Recorrió una interminable avenida, donde dos enormes carreteras de cuatro carriles para cada sentido, le repetían una y otra vez lo solo que estaba en el mundo. No le importaba, pues siempre había estado más bien solo. Lo único que quería era agua. Cada paso que daba le martilleaba la cabeza sin piedad.

-Agua…-Repetía una y otra vez. –Agua… -Seguido de una tos seca que amenazaba con cerrarle la tráquea y dejarlo sin respiración.

Tras un largo caminar, no sabría decir si durante horas o milenios, Consiguió llegar a su amada meta. El centro comercial se abría ante él magnánimo, y le dio nuevas esperanzas para existir. Con las pocas fuerzas que le quedaban, aceleró el paso y llego hasta un restaurante con un cartel enorme de color rojo blanco y azul. Estaba cerrado y el interior era oscuro, pero le daba igual. No se dio cuenta de su insensatez hasta que entró como un loco y busco desesperado la despensa o el frigorífico del restaurante. Debía de estar en algún sitio se dijo. Y todavía conservaría las placas de hielo y los refrescos.

Efectivamente, lo encontró sin ningún problema. Entro en la barra y encontró los grifos expendedores de refrescos. Recordó como había estado allí una vez, al salir del trabajo. La camarera le llenó un vaso enorme hasta arriba con aquel grifo de Coca-Cola. No lo pensó dos veces y metió la cabeza de lleno bajo el grifo. El líquido se derramó sobre su cabeza. No le importaba si le ensuciaba el pelo más de lo que ya estaba. Abrió la boca y trago eufórico aquel liquido negro. Las burbujas le ardían en la garganta y el estómago pero no le importaba. Una sensación de frescor y saciedad lo embargó por unos segundos interminablemente exquisitos. Siempre había soñado con entrar en la barra y hacer eso mismo en los días de verano ¡y ahora el centro comercial era enteramente suyo!

El refresco le sentó de cine. Sintió cada caloría producida por el azúcar recorriendo su cuerpo. La cafeína tonificaba sus músculos y los reconfortaba. Su cuerpo y su mente por fin hallaron consuelo. No todo estaba perdido, se dijo a sí mismo. La vida podía ser maravillosa sin el dinero de por medio y respecto a los monstruos que lo acechaban… bueno, antes le chupaban la sangre los políticos con sus impuestos de modo que no había mucha diferencia.

Se adentró en la cocina y encendió los fogones que, supuso que eran de gas y todavía funcionaban. Busco en una enorme nevera, aquellas hamburguesas que tanto le gustaban y se dispuso a prepararse una comida hipercalórico que su cuerpo agradecería. En él frigorífico de la despensa, había prácticamente de todo. La carne sería lo primero en descomponerse cuando las barras de hielo se deshicieran. De modo que se prepararía un buen costillar, una hamburguesa enorme y cualquier cosa que pudiese cocinar. La boca se le hacía agua solo con pensar en la jugosa comida que estaba apunto de digerir y mientras lo preparaba todo para cocinar, abrió una bolsa de papas y empezó a devorarlas, para que la espera hasta poder comer aquella carne no se hiciese insufrible.

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lunes, 11 de junio de 2012

Disolución (III)

-Si hay alguien, por favor, responda. No queremos hacerle daño. Acérquese despacio y díganos su nombre y edad. –Dijo al vacío, pero nadie contestó.

>>Poco a poco la vista de Oscar se acostumbró a la semioscuridad que ofrecían las luces de emergencia. Un sonido casi imperceptible rasgó el pavoroso silencio. Oscar lanzó un disparo que le hizo ensordecer por la reverberación del lugar.

-Repito. Si hay alguien ahí, acérquese despacio mientras confirma su nombre y edad o abriremos fuego.

>>Y otra vez volvió a escuchar Oscar ese ruido. Eran golpes sordos y no se podían oír bien porque provenían de algún coche de la zona alejada del aparcamiento. El lugar era francamente grande. Todo estaba inundado de coches donde cualquier alimaña podía esconderse. El sudor empezó a correr por la frente de Oscar, quien nunca se había enfrentado a algo semejante. Encendió la luz del garaje y volvió a esperar escuchando el silencio.

>>Se acercó a la primera fila de coches y los inspeccionó por cada esquina, mirando también en el interior de los vehículos. Y entonces escuchó un grito que lo dejó sordo al retumbar por las paredes del recinto. Supo entonces, que no estaba solo en aquel lugar. Se armó de aplomo y decidió no romper la rutina de reconocimiento. Seguiría registrando fila por fila y coche por coche.

>>Oscar no sabría cuanto tiempo pasó en aquel lugar. A veces escuchaba gritos, otras veces gemidos. Pero nunca pasos. Solo gritos. Como graznidos de un cuervo. Ya solo le quedaban cuatro filas de coches por registrar.

>>En ningún momento bajó la guardia, hasta que llegó a la segunda fila de coches y observó un todo terreno enorme. Allí dentro había un portabebés que parecía moverse solo. Oscar, intrigado, comprobó si la puerta del coche estaba abierta. Un chasquido le confirmo que efectivamente aquel coche estaba abierto. Miró entonces el portabebés y se encontró a un bebe que pataleaba y gemía como no había visto nunca patalear a un bebé. Se movía de forma casi violenta y no tendría más de un año. Oscar le miró a los ojos y vio que sus pupilas se movían frenéticamente. No tenía buena pinta aquel niño. No parecía normal. Quizá todo aquello le había afectado más de lo que creía y veía monstruos donde no los había. ¿Qué mal podía hacerle un bebe atado a un dispositivo de sujeción?

>>Vio que el niño, tenía una pequeña herida en el brazo. Ya había visto esas heridas antes. Eran las mordeduras de las ratas del ataque de hacía una semana. No pudo seguir pensado, pues unas manos fuertes lo asieron de los tobillos y lo arrastraron hasta el fondo del vehículo con un rugido inhumano. Oscar cayó de espaldas al suelo y perdió su arma en la caída. Miró hacia sus pies y vio a dos alimañas que trataban de meterlo bajo del coche para comérselo. Uno de ellos estaba mordiendo frenéticamente la punta de su bota derecha. Por suerte, estas tenían la puntera de acero y Oscar tubo tiempo de sacar la pistola y disparar a los dos en la cabeza.

>>Con la adrenalina y el corazón casi en la mano, se levantó y volvió a mirar al niño. Esta vez con ojos distintos. Todavía no le habían crecido los dientes a la criatura y por eso Oscar acercó un dedo, para ver que ocurría. El niño agarró con una fuerza inusitada su mano y lo mordió con las encías mientras meneaba la cabeza de lada a lado como su fuese un perro rabioso. A Oscar no le hacían falta más argumentos. Era algo duro pero su cerebro híper-estimulado le dio el valor suficiente. ¿Qué futuro le esperaba a una criatura así en este mundo? Lo mejor era aliviar su sufrimiento. El disparó dio de lleno en la pequeña cabecita y el bebé dejó de moverse. La imagen fue horrible para Oscar que nunca estuvo preparado para ver, ni hacer algo semejante. Pero era lo que la razón, o al menos la poca que le quedaba, le guiaba a hacer.

>>Terminó de registrar cada rincón del garaje y los bajos de los coches más rápidamente y subió a la armería.

-Todo despejado. –Dijo meditabundo.

-He oído disparos, ¿Qué ha pasado? –Preguntó Olga abrazándole de nuevo.

-No quiero hablar de ello. De momento debemos actuar. –Dijo quitándose de la cabeza la imagen de aquel bebe con la cabeza abierta por un disparo. –Hay varios todo terrenos que nos servirán bien. Uno de ellos tiene las llaves puestas y todo. Tenemos que llevar todas las armas y la munición que podamos y salir de aquí cagando leches.

-¿A dónde iremos? –Preguntó Pepe. –¿Todavía tenemos tiempo de ir al cuartel general? Allí estaríamos a salvo.

-Y que crees que pensarán cuando os vean a vosotros. Sabrán que he desertado y que he desobedecido una orden directa. Creo que tu casa es la mejor opción. Está muy cerca de aquí y es un séptimo piso. Puede servirnos de fortificación con el tiempo.

-Puede que tengas razón. Más vale malo conocido, que bueno por conocer. –Dijo Pepe llevándose una mano al mentón.

-En marcha entonces. Olga, tu ayuda a Pepe con las cajas y yo iré a traer el coche hasta la puerta.

>>Oscar se aseguró de sacar al bebé del coche antes de llevarlo a la puerta para que Olga no viese lo que había hecho. Se avergonzaba de haber matado aquel bebe, porque simplemente podría haberlo dejado ahí para que muriese de hambre. Aunque una parte de Oscar, pensaba que había hecho lo correcto, la otra no sabía como reaccionaría Olga al saberlo. De modo que se lo ocultó.

>>Al cabo de una hora, el todo terreno estaba hasta arriba de pistolas, rifles, ametralladoras, bengalas, arcos, flechas, cajas con munición de todos los calibres y todo lo que pudiese ser de provecho. Los tres estaban agotados, pero la esperanza de salir de allí y el instinto por sobrevivir, tiraba de ellos con mucha fuerza.

>>Rompieron la puerta con una granada de mano, que abrió un agujero descomunal en la puerta y salieron de allí con el todoterreno atropellando a más de un loco que se interpuso en su camino. Cuando llegaron a una gran avenida que era la que conectaría directamente con la calle donde vivía Pepe, una masa inmensa de personas se agrupaba al final de esta. Oscar trató de dispararles pero era inútil. Parecía una manifestación enorme.

-Son demasiados, no podremos atravesarlos con el coche. Tenemos que coger otra ruta. Dijo Oscar desde la ventanilla del copiloto.

>>Y así lo hicieron. Pero al girar la esquina, otro grupo los abordó literalmente. Una jauría de personas empezó a saltar desde los balcones de los edificios y otros que se amontonaban en la acera, saltaban para ser atropellados por el todo terreno. Era un espectáculo terrible. No cabía en cabeza alguna lo que veían. Ni siquiera tuvieron tiempo de reaccionar ni acelerar el coche. La calle quedó cortada por una barricada de cuerpos y tras dicha barricada, otra masa de personas se abría camino. Corrían descontrolados hacia el coche.

-Debo salir a distraerles. –Dijo Oscar.

-¡No, te lo prohíbo! Pepe, da marcha atrás rápido. –Dijo Olga temiéndose lo peor.

-Vamos Olga, no tenemos tiempo. Saldré del coche y lanzaré una granada contra la barricada y luego correré para que me sigan. ¡Es la única manera de que podáis llegar con vida!

-No te hagas el héroe joder ¡Son muchos y no podrás esconderte! –Dijo al borde del llanto Olga.

-Nos reuniremos en casa de tu padre. Te quiero Olga. Tened cuidado. –Y saltó por la ventanilla. Escuchando a lo lejos los gritos de Olga, su amada Olga. <<

Las imágenes se amontonaban ahora en la mente de Oscar en su oscura habitación. La granada estallando en la barricada, las alimañas corriendo tras de él. Todo pasó muy rápido.

>>Oscar consiguió esconderse en un piso que tenía la puerta abierta. Allí esperó hasta el anochecer totalmente exhausto. Cuando ya se encontraba algo recuperado, era de noche y todo quedó despejado en las calles. Parecía que aquellos locos tenían un lugar mejor donde buscar carne. Salió de allí con la M16 en la mano y se dirigió a casa de Pepe. Pero a tan solo un kilómetro de distancia de su casa, en una zona de chalets, volvió a ver una gran concentración de “zumbados” en un parque cercano a tan solo cien metros de su posición. Andaban despacio, como rastreando algo ¿Lo estarían buscando a él? A Oscar le recordó una película de zombis que vio hace unos años y un escalofrío le recorrió toda la espalda. Tenía que esconderse en algún lugar cercano hasta que el grupo se disolviese, pues le era imposible cruzar toda esa basta extensión que lo separaba de su meta sin ser visto. Por suerte, Ninguno lo había visto todavía y entonces decidió esconderse en una de las guarderías cercanas, puesto que disponía de verjas.

Cuando bajó dando un salto de la verja al otro lado, observó un puñado de niños que se le acercaban desde las sombras. Tenían los rostros sucios y parecían gimotear de miedo. Oscar se compadeció de ellos. No podría salvarlos a todos. La situación parecía complicarse cada vez más, ¿Cómo sacaría a todos esos niños de allí sin que corriesen peligro, donde los llevaría?

La idea de llegar a casa de su novia con treinta o cuarenta niños y decir “Cariño, he adoptado un par de pequeños por el camino” le hizo gracia. Sin duda en esas cabecitas tan pequeñas que se le acercaban pidiendo protección, estaba el futuro de la humanidad. Comprendió entonces que era una gran responsabilidad y que debía estar a la altura. Seguramente aquellos niños estarían aterrados porque sus “mamás” no habían venido a recogerlos aquel día. Cuando quiso acordarse de que la locura también es contagiada a los niños, uno de ellos ya le había arrancado el dedo meñique de la mano derecha de un bocado. Disparó contra el infante y se desenvolvió a patadas contra aquellos diminutos come-hombres, recordando que si hacía ruido atraería a los grandes que estaban en el parque. Consiguió entrar en la casa a oscuras y vio como algo se movía entre las sombras. No preguntó. Se abalanzó contra dicha sombra y le abrió la cabeza con la culata del rifle y se introdujo en una de las habitaciones, que resulto ser la cocina del comedor de niños. <<



Y allí estaba él. Habían pasado dos días que parecían interminables, y no se atrevía a salir. Estaba provisto de alimentos del almacén de la cocina y esperaría hasta recuperar fuerzas y valor.  De momento, las fuerzas le flaqueaban y se veía incapaz de salir y enfrentarse a esos cabrones. Tenía que conseguir llegar hasta Olga. Y estaba decidido a hacerlo aquella misma mañana cuando saliese el sol. La echaba de menos y confiaba al menos, poder morir dignamente en sus brazos y no atrapado en una cocina, rodeado de pequeños monstruitos.

Estaba decidido, mañana saldría de aquel lugar y llegaría hasta Olga, cueste lo que cueste…

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martes, 5 de junio de 2012

Mini-Concurso para participar en Día Zero.

¿Te imaginas luchando codo con codo con Saito e Ikari? ¿Te gustaría salir en el libro? ¿Que personaje te gustaría que fuera uno de los personajes que participen en la historia? 

El día 05/06/2012 da comienzo el concurso para poder participar en nuestra historia. Y tenéis de tiempo hasta el día 05/08/2012 para participar y conseguir que vuestro personaje entre a formar parte del Día Zero.

Las bases del concurso son muy sencillas. Si quieres participar ponte en contacto nos nosotros dejando un comentaría bajo esta entrada, vía facebook entrando en el grupo "Día Zero" o a traves de hotmail: Yibrail@hotmail.com Desde aquí te explicaremos como participar en el concurso.

Es muy sencillo. Solo tienes que escribir el nombre de tu personaje, la edad, un perfil físico y psicológico. Puedes también añadir con que tipo de arma quieres que se defienda o cual es su pasado. Cuando lo tengas, deberás entrar solicitar entrar en el grupo "Día Zero" de Facebook y allí expondremos a tu personaje para que la gente lo vote.

-El que más "me gusta" obtenga desde hoy hasta dentro de 2 meses ganará el concurso. 
-Solo se contaran los votos que reciva el personaje dentro del grupo "Día Zero" de Facebook.
-Si se inscriben menos de 5 personajes, únicamente aparecerá en la historia el que resulte vencedor.
-Si se inscriben menos de 10 personajes, Participarán los dos primeros que más "me gusta" hayan obtenido.
-Si hay más de 10, participarán los tres primeros.

El ganador y/o ganadores del concurso, aparecerán en tantos capítulos como "me gusta" haya recibido.
Quedan reservados los derechos de autor del personaje, puesto que se entiende que quien participe, acepta que lo hace por ilusión en aparecer en la historia y no con fines lucrativos. 

¡Mucha suerte y animaros rápido, la gente ya está participando y votando.!

lunes, 4 de junio de 2012

Disolución (II)

>>Entonces algo dentro de Oscar le dijo que subiese en el camión y corriera sin mirar a tras. Y eso hizo. Primero corrió en dirección contraria para que los dos le persiguiesen. Y luego giró en redondo. Pasó rozando a uno de ellos y corrió todo lo que pudo hacia el camión. No le fue fácil llegar hasta el vehículo  Aquellos dos hombres corrían mucho más deprisa que él, dado que calzaba las botas reglamentarias del uniforme y no era muy cómodo hacer un Sprint con ellas. Tubo que sacar el arma cuando quedaban unos metros  para llegar. Disparó a las piernas y alcanzó a uno de ellos. Luego no volvió a mirar a tras. Subió al camión y cerró la puerta mientras trataba de arrancarlo. El que no había sido alcanzado por el disparo se puso al lado de la puerta del conductor y le enseño los dientes a Oscar. No había de qué preocuparse pues las cristales estaban blindados y la puerta cerrada desde dentro. El monstruo empezó a dar cabezazos contra el cristal y pronto quedo salpicado de sangre de su propia cabeza. El maldito camión no arrancaba. Y la escena era dantesca. El parabrisas delantero estaba totalmente opaco por la sangre de aquel hombre. Cuando el camión por fin arrancó, accionó el limpiaparabrisas, dado que no podía echar abajo con una pistola el cristal entero. La bala podría rebotar y alcanzarlo a él.

>>Salió de aquella carretera de locos a toda velocidad y por el retrovisor todavía observó como el monstruo trataba de alcanzarlo corriendo. Pero le fue imposible. El ruido del motor tranquilizó a Oscar. Le hizo sentirse seguro allí dentro. Inmediatamente después, pensó en su novia. No podía dejarla sola con su padre en la armería cuando el mundo se había vuelto loco. Ya no importaba lo que dijeran los altos mandos del ejército. Ya había visto el horror que se había apoderado del hombre. Era todo cierto. Parecía increíble ¡Pero era verdad, todos estaban locos! ¿Y si su novia también se hubiese vuelto loca?

>>No le importó aquella pregunta. Al menos sabría a qué atenerse. Pero ahora debía correr en su busca y ponerla a salvo.


>>El tiempo pasó muy deprisa en la mente de Oscar y no sabría decir cuanto tiempo tardó en llegar a la armería de Pepe y su hija. Había probado a llamarla al móvil, pero estaba desconectado. Oscar se temía lo peor.

>>Las calles estaban desiertas. Era un silencio incomodo. Algo grave había pasado para que el sonido de los coches y el ajetreo de la ciudad, muriese de aquella forma. Pero no costaba mucho imaginarse que habría podido suceder. Ya se había encontrado con dos de aquellos locos y se imagino que si en lugar de tres zumbados, la ciudad entera se enfrentaba a miles o quizá millones de aquellos seres, era normal que hubiese muerto toda forma de humanidad. Borró esa idea de la cabeza mientras aparcaba forzosamente el pesado camión justo frente a la entrada de la tienda. Bajó a toda prisa y se encontró con la puerta cerrada. Llamó insistentemente, pues se resistía a creer que algo le había pasado a su novia.

-Márchese o abriremos fuego si no lo hace. Si es usted humano corra a refugiarse. Aquí no hay sitio para usted. –Oscar reconoció la voz enseguida. Era su suegro. La esperanza le azotó agradablemente.

-¿Pepe? Soy Oscar por dios abre la puerta. Necesito saber que estáis bien los dos. –Dijo presa de un pánico que se apoderaba de él a cada segundo. Se sentía observado, acechado. Si la ciudad estaba abarrotada de locos, no tardarían en ir a por él si lo oían gritar.
-¿Oscar? ¡Caguen la mar salada! ¡Olga, levanta la persiana es Oscar! -La persiana se abrió y Pepe abrió la puerta mirando hacia todas partes, portando una escopeta de caza de la tienda. –Vamos deprisa. Es posible que ya sepan que estamos aquí.

>>Oscar entró apresuradamente y se encontró a Olga que corría hacia él para abrazarle. Su cabello rubio estaba ahora sucio y engrasado. Su ropa, que ocultaba un cuerpo escultural que a Oscar lo volvía loco, estaba ahora manchado y empapado en sudor y sus ojos azules como un cielo despejado en primavera, inundados de lágrimas.

-Gracias a Dios que estas bien. No quería pensar que te había pasado lo mismo que a los demás. Pensaba que nunca volvería a verte, cariño –Dijo sollozando mientras lo abrazaba fuertemente.

-Tranquila cariño, ya estoy aquí. Nada malo va a pasarnos. Oh Dios… Dejame verte ¿Estas herida? –Preguntó preocupado.

-No, estoy bien… Solo algo asustado. ¿Qué vamos a hacer? Están por todas partes. He visto como devoraban a un hombre justo delante de la tienda. A sido horrible… -Pepe la cortó apremiante.

-Olga cierra la persiana, ¡Ya vienen! –Olga esbozó una mueca de espanto y accionó el mando a distancia para cerrar la persiana.

>>Su padre era un hombre corpulento y con una barriga cervecera típica en los hombres de su edad. Sus cabellos, teñidos ya por las nieves del tiempo, eran cortos y tenía la cortinilla que disimulaba su calvicie totalmente alborotada. Era un hombre alto y de hombros anchos. Sus ojos eran marrones oscuros, dejando adivinar que el azul en los ojos de Olga, era una herencia de su madre.

>>Las puertas del establecimiento, eran como las de cualquier negocio. De cristal. A lo lejos se podía ver como cuatro hombres y dos mujeres se acercaban furiosamente hacia la entrada, mientras la persiana se bajaba lentamente. Estaban muy cerca y los tres allí dentro temieron que no diera tiempo a cerrar la persiana y rompiesen el cristal, pero justo cuando llegó el primero la persiana se estaba cerrando a la altura de su cabeza y chocó contra ella cayendo al suelo. Mientras los que iban detrás tropezaban con éste, la persiana terminó por cerrarse. El chasquido final, al chocar el aluminio con el suelo, dio una ligera sensación de alivio a Pepe, Olga y Oscar, que solo se sobresaltaron cuando escucharon como aquellos locos, aporreaban la persiana muy fuerte. El ruido era ensordecedor y Olga rompió a llorar desconsolada, sintiéndose amenazada. Unas personas querían hacerle daño y solo tenían una persiana de aluminio que los separaba de su empresa.

>>Oscar la abrazó fuertemente y Olga se dejó llevar por el llanto. El miedo se confundía con la desazón y a veces lloraba de alivio al poder nuevamente abrazarse a Oscar.
-Tranquilos, por mucho que aporreen la puerta no podrán entrar. –Dijo Pepe, tratando de tranquilizar a la pareja.

-¿Qué ha ocurrido? –Preguntó Oscar a Pepe mientras Olga permanecía con la cabeza hundida en el pecho de este, como una niña pequeña.

-Solo conozco lo que he visto. De repente surgieron gritos y disparos desde la carpa de salvamento. Un hombre, que estaba aquí en la tienda comprando munición para su escopeta de caza, salió para ver que pasaba y de repente lo embistió uno de ellos desde la otra esquina. Cayó al suelo y ya no pudo levantarse, pues se abalanzaron sobre él dos más… -Hizo una pausa mirando al suelo. –Todavía tengo metida en al cabeza sus gritos mientras le sacaban los intestinos. Pensaba que tú sabrías algo más dado que eres el que se encarga de llevar los suministros desde la base hasta las carpas. ¿No has tenido ninguna noticia desde el cuartel? ¿No os ha dicho nada que nos aclare algo de porqué todavía no ha aparecido nadie para poner orden? –Aquellas preguntas cayeron como un jarro de agua fría sobre Oscar.

-Desde la central nos informaron de… Nos ordenaron que nos retirásemos.

-¿Cómo? No te he entendido bien –Dijo Pepe.

-Fue como un toque de queda. Yo tampoco acabo de entenderlo bien. Solo sé que me avisaron por radio de que debía volver en menos de dos horas o de lo contrario más me valdría no ir hasta el campamento.

-¿Dos horas? Eso es absurdo, nunca he oído semejante disparate. ¿Qué haces aquí entonces? –Preguntó Pepe.

-Por el camino me encontré con tres de esos locos. Mejor dicho… Me encontré con uno y los otros dos trataron de matarme.

Olga levantó la cabeza ya más tranquila.

-¿Tu también los has visto, te hicieron algo? –Preguntó preocupada.

-Por suerte, me di cuenta a tiempo de que esas cosas no eran personas cuerdas y salí corriendo de allí. Cuando me di cuenta de que todo lo que estaban diciendo por radio era cierto, decidí venir a por Olga. No aceptaba quedarme refugiado en la base, sabiendo que estabais en la tienda con esas cosas por ahí sueltas. Sinceramente, no creo que nadie venga a poner orden en la ciudad.

-¿Qué estas diciendo, que estamos solos y que las fuerzas del estado no van a salvarnos? –Dijo Pepe cada vez más nervioso.

-Eso he dicho. Nunca había oído una orden semejante. Algo muy gordo debe estar pasando para que el ejército se retire sin dar explicaciones. Lo cual me induce a pensar, que todo el mundo ahí fuera está loco. Debe de ser algo como una pandemia. No sé, quizá los otros países manden refuerzos cuando sepan lo que está pasando. No tengo ni idea. Solo sé que de momento, estamos solos en esto y tenemos que tratar de aguantar hasta que los gobiernos decidan hacer algo. –De pronto vio Oscar que estaba entrando en un tema de debate que no querían ahondar en él. La desesperanza es lo último que le gustaría sembrar en ese momento. De modo que decidió cambiar de tema. –Pepe, ¿Tienes alimentos aquí, en la tienda?

-Esto es una armería, no un supermercado. Estamos jodidos. Tenemos que salir de aquí como sea. –Dijo Pepe adivinando los pensamientos de Oscar.

-¿Hay alguna otra vía de escape?

-La puerta de atrás da al garaje del edificio. Pero no sabemos que podemos encontrarnos allí.

-No importa. Esto es una armería. ¿No tenías una M16 en el almacén?

-¿Y que vas a hacer, salir como Rambo y limpiar el garaje entero tú solo? –Preguntó Pepe echándose a reír.

-Vamos Pepe, siempre he querido disfrutar de tus juguetitos totalemnte gratis. No me quites ese placer.

>>Al cabo de unos instantes, Pepe volvió con otra ametralladora aun más grande. Una M-60 capaz de perforar chalecos antibalas.

-Pensé que te gustaría más este “juguetito”

-Gracias Pepe. Escuchad, pase lo que pase, quedaos aquí. Si no he vuelto cuando se haga de noche, os pido perdón de ante mano.

-No vayas por favor ¡No quiero perderte otra vez! –Dijo Olga totalmente desconsolada.

-No te preocupes, ahí dentro no creo que haya mucha gente. Si veo que esta chunga la cosa, volveré antes de hacerme el héroe. Sabes que no me gustan las “americanadas”. –Se dieron un beso profundo y tierno. Después se abrazaron como si no existiera el tiempo.

-Ten cuidado Rambo. –Dijo Olga algo más tranquila.

>>Oscar salió con su arma por la puerta de atrás. El silencio era todavía más intenso. Pronto empezó a sudar. Todo estaba oscuro. Se quedó quieto en el garaje, tratando de escuchar algún ruido que delatase la presencia de alguien. No le gustaría disparar por error a alguien que no estuviese loco. Se quedó de espaldas a la puerta muy quieto y con la ametralladora en alto.<<

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