lunes, 7 de mayo de 2012

Preámbulo (III)

-¡Ukiko! Que alegría me das. Justo estaba pensando en ti. ¿Qué tal se encuentran tus padres? –Preguntó abrazando a Ukiko al estilo Español, como a su nuera le gustaba que fuera. A Santsa le encantaba que su hijo tuviera novia. Era lo que le hacía falta para madurar y fue una bendición ver como Ikari volvía a ser el mismo después de su depresión por dejar Japón. Ver como poco a poco su hijo recuperaba la alegría de vivir gracias a Ukiko, era todo lo que una madre necesitaba para saber que esa chica le convenía. -¿Te quedas a comer verdad? Hoy he preparado macarrones al horno, como a ti te gustan hijita. –Dijo Santsa con una sonrisa sincera.

-¡Estupendo! Íbamos a comprar unas pizzas para no molestar pero… Será un placer disfrutar de tu excelente cocina. –Dijo Ukiko entusiasmada. A Ukiko le encantaba todo lo europeo. Desde pequeña había sido todo así, cuando supo que era adoptada no le importó. No quería ser china. España era un lugar más alegre y las comidas eran mucho más buenas. Su plato preferido era la tortilla de patatas, aunque los macarrones al horno que Santsa preparaba expresamente para ella, la enloquecían. La quería como su fuese su propia madre. O como a ella le gustaba decir, su madre postiza.

-Claro que sí. ¿Cómo voy a permitir que comáis esas porquerías?  -Preguntó cariñosamente Santsa.

En ese momento apareció Saito, seguido de su hija. A Ukiko le intimidaban tanto Saito como Midori. Saito era cortes y amable, pero ese rostro tan inmutable y aquella voz tan autoritaria impedían a Ukiko entablar conversación con Saito, a no ser que este le dijese algo. Ella trataba de estrechar lazos con la familia de Ikari cada vez más, pero la hermana de este se mostraba reacia a conocer gente nueva. En ese aspecto, era más tradicional que Ikari. No es que Midori despreciase a Ukiko, sino que simplemente no hablaban mucho la una con la otra. A pesar de los esfuerzos de Ukiko, Midori siempre contestaba con palabras corteses, una sonrisa y luego se levantaba para marcharse e interrumpir una posible conversación. Era algo que le molestaba bastante a Ukiko, pero no le daba importancia. Sabía que tarde o temprano resolverían las posibles diferencias que pudieran llegar a tener ellas dos.

-¿Macarrones al horno? Prefiero los fideos de arroz. Pero todo sea con tal de disfrutar de la alegre presencia de Ukiko. –Dijo Saito con una reverencia y una mirada llena de ternura. Aunque Ukiko no lo supiera y probablemente Saito nunca lo diría en voz alta, Saito le tenía mucho aprecio a la novia de su hijo. Se notaba de lejos que era la mujer perfecta para confiar la felicidad de su hijo en sus manos, y quien sabe si la de sus nietos. Cuando ella entraba en su casa, el mundo se iluminaba.

- No creo que sea para tanto… -Dijo Ukiko ruborizándose y devolviendo la reverencia a Saito. - ¿Cómo estás Midori, ya te encuentras mejor? –Preguntó preocupada.

-Sobreviviré. Gracias. Es cierto lo que dice mi padre, nos honras con tu presencia Ukiko. –Dijo Midori con una radiante sonrisa.

-¡Vaya, has hecho sonreír a mi hermana! Es un milagro. –Dijo Ikari haciendo estallar en carcajadas a toda la familia. –Y además te ha hecho un cumplido. Hablaré con tus padres para que vengas todos los días a comer aquí, a ver si le sacas esa nube gris que tiene mi hermana en la cabeza. –Dijo Ikari, haciendo que Ukiko soltase una risita nerviosa muy característica suya. En la intimidad, era ella quien ruborizaba a Ikari, pero en la vida social y más tratándose de su familia, era Ukiko quien se ponía nerviosa o sentía vergüenza. Sobre todo cuando se trataba de su padre o su hermana. Cada vez que Ukiko se sentía avergonzada por algún comentario soltaba una risita dulce y agradable, que indicaba que se estaba poniendo nerviosa o se sentía incomoda.

La comida fue muy agradable. Todos, incluida Midori hablaron con cierto entusiasmo sobre “el día de las ratas” como ellos decían. Ukiko contaba anécdotas sobre lo sucedido aquel día. Hablaba de cómo una amiga suya había vivido aquellos momentos. Pero Ukiko hablaba sobre ello de una manera tan despreocupada y alegre, que parecía un chiste. Todos rieron y la tensión se disipó. Incluso Midori habló de lo ocurrido  de manera anecdótica, riéndose de ella misma cuando gritaba asustada al ver tantas ratas.

Nadie lo menciono en voz alta, pero todos pudieron comprobar como Ukiko y Midori hablaron durante un buen rato ellas solas. Intercambiando opiniones y sensaciones. Por primera vez en algunos días Midori volvió a reír y a ser la misma de antes. En un momento de la conversación, Santsa y Saito se miraron sin necesidad de hablar. Ukiko era una muchacha mágica. Eso fue lo que todos pensaron al terminar la comida y recordar como Ukiko, la inocente y alegre Ukiko, había curado milagrosamente a Midori con tan solo un par de risas.

Es extraordinaria la manera con que se deja llevar por el ser interno. Pensaba Saito. Ni siquiera es consciente de lo que hace. Pero es una persona tan pura, que no lo necesita. Simplemente actúa inocentemente haciendo de cada acto un momento perfecto. Esta chica es formidable.

-Aprende de ella Ikari, pues vas a necesitar toda la vida para hacerlo. –Dijo Saito en voz baja, viendo como su hijo y Ukiko se adentraban en la habitación de Ikari. Esbozó una sonrisa y continuó ayudando a su mujer a recoger la mesa.

A pesar de que Saito era muy tradicional, no tenía inconveniente en que se encerrasen en su cuarto para dar rienda suelta a su amor, o lo que sea que hiciesen dentro. A Saito no le importaba, sabía perfectamente que Ukiko era una enviada de los Kamis para enseñar a Ikari la lección suprema de la vida. Y aprender a amar de esa manera tan pura e inocente como lo hacia Ukiko, era algo de lo cual Saito no podía oponerse.

Ikari cerró con pestillo la puerta de su habitación. Se sentía extasiado ante lo que acababa de suceder en la comida. Un par de historias contadas con risa y Ukiko había quitado aquella nube gris que sobrevolaba la cabeza de su hermana, tal y como él le había pedido. Posiblemente Ukiko no lo había hecho intencionadamente. Pero todo lo que ella hacía o decía, era perfecto. Había tanto amor en sus actos, que Ikari tubo que contener las lágrimas.

-¿Qué sucede amor mio? –Preguntó ella preocupada.

-No es nada. Eres mágica Ukiko. Has conseguido que… -No pudo acabar la frase. Ukiko selló sus labios poniendo un dedo sobre ellos.

-No hables… No lo digas. Si lo traes al mundo de las palabras, dejará de ser mágico. Lo convertirás en mentira. –Dijo adoptando una mirada serena.

Ikari, a pesar de tocar una rama de las artes marciales esotérica y ocultista, no dejaba de sorprenderse ante la filosofía y los conocimientos que parecían brotar de Ukiko sin provenir de ningún lugar aparente. Brotaban de ella. Sin pensar, sin pretender nada. El conocimiento salía y no había más explicación que el milagro de la verdad en los ojos de Ukiko. Momentos como estos, hacían que Ikari se sintiese diminuto a lado de ella.

-Déjame al menos que te dé las gracias. –Dijo totalmente sobrecogido.

-Déjame que te las acepte. –Rio de buena gana Ukiko dándole de nuevo un beso. Ambos se echaron a reír y se abrazaron.

Continuaron conversando, dejándose llevar por el amor que sentían. No tenían miedo de ser cursis. La diferencia entre ser un pasteloides con azúcar glas y ellos era clara. Ellos hablaban desde el corazón y no desde el recuerdo de películas románticas. En un momento de la conversación, ambos parecían estar en éxtasis. Una de aquellas situaciones donde la conversación es tan amena que no se sabe distinguir de una comunicación más profunda.

Pasaron las horas y poco a poco recobraron juntos el sentido. El éxtasis dio paso a una quietud muy agradable. El mundo seguía corriendo, pero en tardes como aquella, el tiempo se detenía en la habitación de Ikari.

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