viernes, 25 de mayo de 2012

Tenemos que salir de aquí. (II)

Por fin, abrió la puerta un palmo. Lo suficiente para meter la cabeza y mirar al exterior. El tiempo se congeló en los ojos de Robert mientras esperaba a que su compañero emitiera un veredicto. Juan dio un espasmo y volvió a quedarse quieto.

-¿Qué ocurre, hay alguien o no? –Preguntó en voz baja mientras se acercaba lentamente hasta su compañero. Este, parecía concentrado en algo pues no prestaba atención a lo que Robert le decía. –Vamos, no me tengas en ascuas. –Pero Juan seguía sin responder. –Diablos Juan, dime algo. –Pero Juan ni siquiera le hacia señas con la mano para que se callase. De pronto un escalofrió y una tremenda sensación de soledad inundaron a Robert. Ahora se daba cuenta de que su amigo, estaba demasiado concentrado. Demasiado quieto…

Se acercó un poco más hacia su compañero, sintiendo los latidos de su corazón golpeándole en el pecho. El silencio se hizo insufrible. Tan intenso que Robert podía escuchar el propio silencio.

-¿Juan…Juan? –Preguntó con la garganta reseca. Nadie contestó.

En un intento desesperado por romper aquel mal sueño, aquella broma de mal gusto que le estaba gastando su amigo, se armó de valor y apoyó una mano en la espalda de Juan. Pero éste cayó al suelo produciendo un ruido sordo y abriendo la puerta de par en par. Su cabeza había desaparecido, arrancada de cuajo y el pasillo se encontraba inundado de sangre. Robert cayó al suelo totalmente petrificado de terror, Pues un hombre se alzaba imponente a un metro de distancia, asiendo la cabeza de su amigo con una mano. El rostro de Juan era horrible. Daba la sensación de ser una simple mascará vacía y sus ojos lo miraban fijamente. Antes de que la visión de Robert se nublase para dar paso al instinto de supervivencia más primitivo, pudo observar como la cabeza de su amigo, todavía parpadeaba. El hombre que sostenía la cabeza de esté, la lanzó violentamente contra Robert seguido de un alarido espeluznante, haciéndolo levantarse de un salto y retroceder hasta quedarse arrinconado en la pared de la habitación, mientras contemplaba como la cabeza había quedado aplastada cual sandía.

Aquel monstruo corrió violentamente hacia él para devorarlo. Robert reaccionó y corrió para refugiarse en una de las camillas para realizar radiografías, como único escudo contra aquel ser demente. El monstruo gritaba y escupía sangre a cada chirrido que emanaba de su garganta. Robert se puso tan histérico que empezó a reír nerviosamente mientras corría en dirección opuesta a la que se acercaba aquel loco. Si este intentaba alcanzarlo por la derecha, Robert corría hacia la izquierda interponiendo siempre la pesada camilla de la sala. Con un poco de suerte el monstruo lo perseguiría de tal forma que la salida quedaría a espaldas de Robert y podría huir por allí. Pero entonces entró otro de aquellos seres y lo rodearon. La risa de Robert se convirtió en carcajadas. Aquello parecía otro mal sueño, demasiado surrealista para ser cierto.

Estaba totalmente rodeado. Uno de ellos, el que acababa de entrar, se subió de un salto casi inhumano a la camilla y lo amenazó con los brazos, mientras el otro se acercaba por la derecha. La salida quedaba a la izquierda. Un brillo de esperanza azotó a Robert. Corrió hacia la salida, pero su cuerpo se detuvo en seco instintivamente al sentir que el monstruo que estaba arriba de la camilla se abalanzaba sobre él para impedirle la salida. Salió disparado contra la pared y se estampó de lleno, dándole a Robert las centésimas de segundo necesarias para salir de aquella horrible habitación. Corrió por el pasillo en dirección a la salida pero el suelo estaba lleno de sangre y resbaló, cayendo de espaldas al suelo. Justo en ese momento otro de aquellos chiflados atravesaba una ventana para abalanzarse contra él. Robert dio mil gracias al haberse resbalado y se levantó rápidamente para salir corriendo en la otra dirección, donde se ceñían sobre él los otros dos que se habían quedado atrás en la sala de rayos “X”. Robert apretó el paso y se tiró en plancha sobre los pies de uno de ellos. La sangre favoreció que el barrido fuese más potente y su agresor salió disparado de cabeza contra el que lo seguía de espaldas. Robert se levantó casi sin saber lo que hacía y corrió entonces para alcanzar otra de las salidas del hospital.

Todo pasó muy deprisa, Robert era conducido por una fuerza misteriosa que lo hacia sentirse unido a la dinámica de la persecución. Ya no era él quien corría sino su verdadero  instinto primitivo. Se sentía como un gato aterrorizado huyendo de sus captores. Los gritos de aquellas personas, si es que todavía eran personas, eran horribles y dotaban de un dramatismo asfixiante al ambiente del hospital y el eco era ensordecedor.  Ahora las paredes blancas ya no daban la sensación de higiene y seguridad, sino que hacían que Robert se sintiese en una jaula fruto de la decadencia humana. Aquellos seres eran muy rápidos y le recortaban distancia a cada zancada. Por fin consiguió salir al exterior. Robert no sabía a donde correr o donde esconderse y esto hizo que la esperanza se convirtiese en desolación. Para colmo eran más rápidos que él y la desolación pasó a convertirse en desesperación. Quería vivir. Tenía que vivir. Él no había hecho nada y no entendía porque lo perseguían como a un perro.

A la carrera, se le sumaron tres más de aquellas cosas. Cada grito diezmaba la voluntad de Robert. Sus piernas empezaban a fallarle y maldijo por vez primera que no se hiciese hincapié en la forma física en el Aikido. Tantos años entrenando las formas blandas y la “no-resistencia” habían hecho de Robert un ser flexible y paciente y con un gran crecimiento espiritual. Pero eso ahora, más que ayudarle le estorbaba. Su cuerpo estaba fofo y sus piernas no aguantarían mucho más el ritmo al que lo sometía la voluntad de vivir. ¿Dónde estaba el “ki” cuando más lo necesitaba?

Robert giró entonces por una calle aprovechando la perdida de visibilidad, se introdujo casi a la velocidad de la luz en un contenedor de basura, con la esperanza de haberse introducido lo suficientemente rápido para que no le hubiesen visto sus perseguidores. Robert se mordió el brazo para que no escuchasen sus gemidos desde el exterior. Esta era su última jugada. Si lo encontraban, no habría escapatoria. El aire palpitaba al son del caballo desbocado que había en el pecho de Robert. El aire era asfixiante por el hedor y Robert sintió nauseas por el esfuerzo y el aire pútrido que inundaba sus bronquios abiertos.

La tensión aumentó hasta límites insospechados cuando escucho pasos cerca del contenedor. Robert permaneció entonces inmóvil, casi evadiéndose de la realidad. Si lo veían se haría el muerto como última esperanza para que no le hiciesen daño. Era un instinto básico que tenía desde pequeño cuando se tapaba con la manta como protección contra sus fantasmas de la oscuridad.

Podía sentir como los monstruos que lo perseguían olfateaban el aire para buscarlo. El corazón de Robert no aguantaría mucho más ese ritmo, pensó. Estaba al borde del colapso. Sus pulsaciones eran tan fuertes y rápidas que calculó que tendría unas 200 pulsaciones por minuto. Estaban ahí fuera, eran más de cinco contra uno y le harían lo mismo que a Juan si lo descubrían. ¿Y si ya sabían que estaba allí dentro?

Pero algo en su interior se relajó cuando escucho por fin como se alejaban de su escondite. Seguramente el hedor de ahí dentro impidió que localizasen su olor. Eso ya no le importaba. Estaba a salvo de momento. El problema sería salir de allí…

Safe Creative
#1205021567832

No hay comentarios:

Publicar un comentario