martes, 22 de mayo de 2012

Tenemos que salir de aquí. (I)

-Veamos como evoluciona el paciente. –Se dijo Robert mientras abría la puerta.
Las constantes vitales de aquel hombre eran regulares y un monótono pitido lo demostraba. Al parecer el ataque de las ratas lo había sorprendido en su camión. Aquel día hubo muchos accidentes y Alfredo fue uno de los que le toco tener uno de tantos. Robert todavía recordaba el estado en el que había llegado su paciente. Los bomberos habían tenido que serrar el techo de la cabina del camión para sacarlo. Una suerte que estuviese vivo, aunque fuese en coma. En los siete días desde su llegada al hospital, Alfredo no había recibido ni una visita y eso era algo que Robert sentía mucho. Por una parte, se sentía identificado con este paciente en particular. Comprendía la soledad de aquel camionero, sin familia, sin nada. Simplemente trabajar y vivir. A Robert le gustaba dedicar unos minutos a conversar a solas con aquel hombre, pues aunque supiese que estando en coma no podría contestarle, una parte de él le decía que al menos en aquellos instantes, ambos dejarían de estar solos.
               
-Bien, parece que vas mejorando Alfred. Cuando despiertes te invitaré a una cerveza. –Le dijo mientras anotaba un par de datos técnicos en su libreta. Robert era un hombre sencillo. Algo solitario pero amble. Le gustaba hacer que sus pacientes se sintiesen a gusto. Hacerles reír, quitarle hierro al drama que pudiesen tener aquellas pobres personas que debía de pasar, no por gusto, un par de días en el hospital por alguna dolencia.

De pronto un dedo tembló en la mano derecha de Alfred. Robert abrió mucho los ojos y luego, esbozando un semblante serio y profesional, volvió a mirar los aparatos de medición de las constantes vitales. Algo dentro de Robert se colmó de alegría. Ese hombre iba a salir del coma en tan solo una semana, de modo que no necesitaría apenas rehabilitación ni sufriría secuelas en su cerebro.

En esto estaba pensando Robert, cuando de pronto Alfred levantó completamente su tronco superior de la camilla. Su pulso y respiración se dispararon haciendo sonar las alarmas de las enfermeras. Robert, en sus quince años de profesión, jamás había visto una recuperación tan brusca. Alfred respiraba frenéticamente y sus ojos estaban abiertos como platos. Robert decidió entonces salir de la habitación y pedir ayuda a las enfermeras. Debía suministrarse un ansiolítico de inmediato o de lo contrario sufriría una parada cardíaca debido al shock tan repentino. El cuerpo humano no tolera bien los cambios bruscos y mucho menos si son veloces.

Salió al pasillo central buscando una enfermera, cuando de repente vio a dos pacientes todavía en bata y el culo al aire entrar en la sala de neonatos. Allí había una enfermera que les impediría pasar y les obligaría a volver a sus habitaciones.

-Ustedes no pueden estar aquí, vuelvan a sus… ¡Ahhhh! –Un grito ahogado y el sonido de cosas cayendo al suelo alertaron a Robert.


Corrió para socorrer a la enfermera ante tal atropello y cuando abrió la puerta observó como aquellos delincuentes habían dejado toda la habitación patas arriba. Un par de incubadoras se encontraban rotas y un reguero de sangre inundaba el recorrido. La enfermera estaba en el suelo pero tenía la tripa totalmente abierta como si de una rana diseccionada se tratase. Robert, confuso, buscó con la mirada donde se habían metido esos dos individuos. Sus años como aikidoka le obligaron a superar el horro que sentía al haber visto a la enfermera descuartizada. Sin duda debía detenerlos, reducirlos y avisar a seguridad. Pero cuando su mirada y la de ellos se cruzaron, el horror se hizo insoportable.

Los dos intrusos se encontraban agazapados uno frente al otro devorando un pequeño fardo de carne. Robert totalmente desorientado ante lo que veía, miró más de cerca y vio que aquellos fardos de carne, no eran otra cosa sino bebes recién nacidos.

Un grito de espanto despertó de su festín a uno de aquellos monstruos que lo miró fijamente con ojos inyectados en sangre y la cara totalmente manchada de sangre.

El horror se hizo insoportable cuando el monstruo se incorporó para abalanzarse sobre Robert.

-Robert despierta…. No grites. Solo es una pesadilla. –Le decía una voz.

Robert se incorporo totalmente empapado en sudor con los ojos desorbitados.

-¿Dónde estoy? –Preguntó

-Tranquilo, estas en el hospital, en la sala de rayos X pero si gritas, pronto estaremos en los estómagos de esos locos de ahí fuera. –Dijo su amigo señalando la puerta que daba a los pasillos. –Tío, si sigues teniendo esas pesadillas, acabaran por oírnos.
Por fin comenzó a recordar y a orientarse. Se encontraba encerrado junto a su compañero Juan. Habían pasado dos días desde aquel incidente.

-Sí… otra vez esas imágenes, esas pesadillas… No pedo quitármelas de la cabeza Juan. Creo que me estoy volviendo loco.

-Tranquilo, es normal. Cuando te saqué de la sala de Neonatos estabas pálido y por poco se hacen contigo esos cabrones. Yo, por suerte o por desgracia, no tuve tiempo de ver nada solo vi como le daban una paliza a el tío de seguridad y corrí para avisarte. Fue entonces cuando te encontré y salimos pitando. Dios… -Hizo una pausa abatido en sus recuerdos. Esto es horrible. No sé ni como conseguimos escapar y encerrarnos aquí.

-Me lo has contado mil veces. Esto es una locura. ¿Qué coño son esas cosas? ¿Terroristas, una secta satánica de caníbales? Ayer creía que llegaría algún tipo de ayuda… No sé… El ejército o algo. Pero me preocupa no saber nada del exterior. –Dijo Robert preocupado.

-Eso no es lo peor. Llevamos aquí dos días y en esta sala no hay alimentos ni bebida. Me duele la cabeza por la deshidratación. Hambre no tengo, porque de los nervios se me ha quitado, pero si no encontramos agua pronto, moriremos deshidratados.

-Lo sé… debemos salir de aquí como sea. Pero si no ha llegado la ayuda, significa que ahí fuera, en la calle todo está igual que aquí dentro. ¿Habrá sido un golpe de estado o algo así?

-No tengo ni idea. Pero esos tíos no parecían ni siquiera humanos. Sus movimientos estaban ausentes de inteligencia. Eran como animales.

Robert se echó a reír.

-Vamos hombre, seamos coherentes. ¿Quieres decirme que estamos bajo una invasión de zombis? –Volvió a reír Robert.

-Yo no he dicho eso, pero a veces, la realidad supera la ficción. ¿Y si las ratas huyesen de un virus o de monstruos como los que viste en la sala de Neonatos? –Tras decir esto, Robert adoptó un semblante ceniciento al recordar aquella horrible escena. -¿Acaso lo que te ocurrió en aquella habitación tenía algo de “coherente”? –Preguntó inquisitivo Juan.

-Quizá… quizá tengas razón. Pero los análisis de Alfred, no mostraron la presencia de ningún virus. ¡Ni siquiera un constipado! Incluso el virus VIH, que puede estar latente durante años en una persona, se detecta en los análisis.


-¿Intentas decirme que sería un virus fantasma? Vamos Robert... Tanto tú como yo sabemos que la medicina actual, tiene infinidad de fallos. Existen enfermedades muy extrañas que son imposibles de diagnosticar, donde la única solución es aplicar un tratamiento sintomático. Pero ambos sabemos que el problema no es que sea una enfermedad extraña, si no que es una enfermedad que no conoce la medicina moderna.

-Aunque existan enfermedades extrañas, estas presentan síntomas. –Robert se llevó las manos a la cabeza. –Es imposible que un virus permanezca latente en la sangre durante una semana y luego muestre sus síntomas tan repentinamente sin ninguna reacción por parte del cuerpo como fiebre o vómitos. –Sacudió la cabeza, perturbado. –Es imposible te digo.

-No tiene otra explicación Robert. Es demasiada coincidencia que una semana después del ataque de las ratas, se produzcan tres casos del mismo brote en este hospital. ¿Es que esas tres personas daban la casualidad de que estaban chifladas? ¿Dónde has visto una persona que se levante de estar una semana en coma y tenga una crisis de ansiedad severa?

-Admito que no lo sé. Pero es imposible que un virus inhiba las capacidades físicas y mentales de una persona y mucho menos que lo haga comportarse de una manera tan violenta. Incluso cuando estás contagiado con la Rabia, el virus tarda casi un año en incubarse y después hacen falta unas dos o tres semanas para que afecte al cerebro y el paciente muestre síntomas de hiperactividad o depresión. –Volvió a recordar los sucesos del “Día Zero” y reprimió una arcada. –Pero de ahí, a despertarte un día y no ser consciente siquiera de que estas devorando a un recién nacido… Es imposible te digo. Esto debe ser alguna secta o alguna organización terrorista. Pero es imposible que la naturaleza, haya creado por si sola un virus tan letal y sigiloso.

-Sea como sea Robert, tenemos que salir de aquí antes de que nos pudramos con tanta teoría. –Sentencio para cambiar de tema.

-No podemos salir de aquí. No sabemos que nos harán si nos cogen.

-De todas formas vamos a morir si no lo hacemos. Si nos quedamos aquí una noche más, moriremos deshidratados o empezaremos a pensar en comernos mutuamente por el hambre y la sed. De modo que yo voy a salir. Si muero, al menos quiero hacerlo luchando por sobrevivir. –Sentenció Juan.

-Tienes razón. Al menos podríamos abrir la puerta para ver si está despejado el pasillo.

Juan se levantó pesadamente y Robert se incorporó quedándose en una postura agazapada. No se escuchaba ni un solo ruido en todo el hospital. El ambiente era totalmente asfixiante. Juan se acercó poco a poco a la puerta y apoyó la mano en el pomo. Tragó saliva, miro a Robert y este asintió con la cabeza. La tensión era insoportable. A medida que Juan abría poco a poco la puerta, el miedo y el terror se hacia más agobiante. Robert y Juan sintieron un nudo en el estómago cuando la puerta emitió un ligero chirrido que, con el silencio que allí reinaba, parecía un sonido atronador.

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